El Encubridor.

Ése que sale de su país porque tiene miedo,
no sabe de qué, miedo del queso con ratón,
de la cuerda entre los locos, de la espuma en la sopa. 
Entonces quiere cambiarse como una figurita,
el pelo que antes se alambraba con gomina y espejo
lo suelta en jopo, se abre la camisa, muda
de costumbres, de vinos y de idioma.
Se da cuenta, infeliz, que va tirando mejor, y duerme
a pata ancha. Hasta de estilo cambia, y tiene amigos
que no saben su historia provinciana, ridícula y casera.



A ratos se pregunta cómo pudo esperar todo ese tiempo
para salirse del río sin orillas, de los cuellos garrote, 
de los domingos, lunes, martes, miércoles y jueves.
A fojas uno, sí, pero cuidado:
un mismo espejo es todos los espejos,
y el pasaporte dice que naciste y eres
y cutis color blanco, nariz de dorso recto,
Buenos Aires, septiembre.


Aparte que no olvida, porque es arte de pocos,
lo que quiso, esa sopa de estrellas y de letras
que infatigable comerá
en numerosas mesas de variados hoteles,
la misma sopa, pobre tipo,
hasta que el pescadito intercostal se plante y diga basta.


Julio Cortázar.

Perfume de Mujer.

Mujer, ¿te acuerdas de mi?
Yo soy aquel muchacho soñador
que hallaste tú, cargado con la anemia
de su vida bohemia,
de ensueño y de dolor.
Yo soy aquel que lució
como blasón su moño volador
y que cenó, en sus noches de infortunio,
con pan de plenilunio y vino de ilusión.

¡Cálida y fiel,
boca de miel
que puso el alma en el besar!
Tu recuerdo
sume al corazón
en negro abismo de pesar.
Torpe de mí
que no preví
el desencanto amargo de hoy.
Dulce y fiel mujer,
ya, sin tu querer,
no sé qué soy ni adónde voy.

Fortuna, fama, laurel...
¡Sólo en tu amor hallé luz de verdad!
Y en un recodo brusco del destino
me aparto del camino de la felicidad.
Lejanas glorias de amor.
Mi boca busca besos como ayer.
Y nada más, a mi lado, perdurable,
está tu inolvidable
perfume de mujer.




Armando Tagini.

Carta a Usted.


Señora:

Según dicen ya tiene usted otro amante.
Lástima que la prisa nunca sea elegante.
Yo sé que no es frecuente que una mujer hermosa,
se resigne a ser viuda, sin haber sido esposa.

Y me parece injusto discutirle el derecho
de compartir sus penas sus goces y su lecho
pero el amor señora cuando llega el olvido
también tiene el derecho de un final distinguido.

Perdón... Si es que la hiere mi reproche... Perdón
aunque sé que la herida no es en el corazón
Y para perdonarme... Piense si hay más despecho
en lo que yo le digo, que en lo que usted ha hecho.

Pues sepa que una dama con la espalda desnuda
sin luto en una fiesta, puede ser una viuda.
Pero no como tantas de un difunto señor
sino para ella sola, viuda de un gran amor.

Y nuestro amor, recuerdo, fue un amor diferente
al menos al principio, ya no, naturalmente.

Usted será el crepúsculo a la orilla del mar,
que según quien lo mire será hermoso o vulgar.
Usted será la flor que según quien la corta,
es algo que no muere o algo que no importa.

O acaso cierta noche de amor y de locura
yo vivía un ensueño y... y usted una aventura.
Si... usted juró cien veces ser para siempre mía
yo besaba sus labios pero no lo creía.

Usted sabe y perdóneme que en ese juramento
influye demasiado la dirección del viento.
Por eso no me extraña que ya tenga otro amante
a quien quizás le jure lo mismo en este instante.

Y como usted señora ya aprendió a ser infiel
a mí así de repente me da pena por él.

Sí es cierto... alguna noche su puerta estuvo abierta
y yo en otra ventana me olvidé de su puerta
O una tarde de lluvia se iluminó mi vida
mirándome en los ojos de una desconocida.

Y también es posible que mi amor indolente
desdeñara su vaso bebiendo en la corriente.
Sin embargo señora... Yo con sed o sin sed
nunca pensaba en otra... si la besaba a usted.

Perdóneme de nuevo si le digo estas cosas
pero ni los rosales dan solamente rosas.
Y no digo estas cosas por usted ni por
sino por... por los amores que terminan así.

Pero vea señora... que diferencia había
entre usted que lloraba... y yo que sonreía.
Pues nuestro amor concluye con finales diversos
usted besando a otro... Yo escribiendo estos versos.




José Ángel Buesa.


(Amén.)

Mejor No Quiero Verte...Sería Tan Sencillo.

Mejor no quiero verte... sería tan sencillo
cruzar dos o tres calles... Y tocar en tu puerta.
Y tú me mirarías con tus ojos sin brillo
sin poder sonreírme con tu sonrisa muerta.

Mejor no quiero verte... porque va a hacerme daño
pasar por aquel parque de la primera cita.
Y no sé si aún florecen los jazmines de antaño
ni sé quién es ahora la mujer más bonita.

Mejor no quiero verte... porque andando en tu acera
sentiré casi ajeno todo lo que fue mío.
Aunque es sólo una esquina donde nadie me espera
y unos cristales rotos en un balcón vacío.

Sí... seguiré muriendo de mi pequeña muerte
de hace ya tantos años el día que me fui
pues por no verte vieja... mejor no quiero verte,
pero tampoco quiero que me veas tu a mí.




José Ángel Buesa.

Arte Poetica.

Credo.


De pronto uno se aleja
de las imágenes queridas

amiga
quedás frágil en el horizonte
te he dejado pensando en muchas cosas
pero ojalá pienses un poco en mí

vos sabes
en esta excursión a la muerte
que es la vida

me siento bien acompañado
me siento casi con respuestas
cuando puedo imaginar que allá lejos
quizá creas en mi credo antes de dormirte
o te cruces conmigo en los pasillos del sueño

está demás decirte que a esta altura
no creo en predicadores
ni en generales
ni en las nalgas de miss universo
ni en el arrepentimiento de los verdugos
ni en el catecismo del confort
ni en el flaco perdón de dios

a esta altura del partido
creo en los ojos y las manos del pueblo en general
y en tus ojos y tus manos en particular.


Mario Benedetti


bon voyage, madamoiselle amsterdam

Canto del Cisne

Demencia:
el camino más alto y más desierto.
Oficios de las máscaras absurdas; pero tan humanas.
Roncan los extravíos;
tosen las muecas
y descargan sus golpes,
afónicas lamentaciones.

Semblantes inflamados;
dilatación vidriosa de los ojos
en el camino más alto y más desierto.
Se erizan los cabellos del espanto.

La mucha luz alaba su inocencia.
El patio del hospicio es como un banco
a lo largo del muro.
Cuerdas de los silencios más eternos.
Me hago la señal de la cruz a pesar de ser judío.

¿A quién llamar?
¿A quién llamar desde el camino
tan alto y tan desierto?

Se acerca Dios en pilchas de loquero,
y ahorca mi gañote
con sus enormes manos sarmentosas;
y mi canto se enrosca en el desierto.

¡Piedad!

El timbre de mis ojos
esparce intimidad
Mi piedad de rodillas
se arroba en los suspiros del ocaso
(palomas de violeta)
¡Mis manos palpan el color de misa!

Jacobo Fijman.

Historia Del Que No Podía Olvidar.

El ruso Salzman tuvo muchas novias. Y a decir verdad solía dejarlas al 

poco tiempo. Sin embargo jamas se olvidaba de ellas. 
Todas las noches sus antiguos amores se le presentaban por turno en 
forma de pesadilla. Y Salzman lloraba por la ausencia de ellas. 
La primera novia, la verdulera de Burzaco, la pelirroja de Villa Luro, 
la inglesa de La Lucila, la arquitecta de Palermo, la modista de Ciudadela. 
Y también las novias que nunca tuvo: la que no lo quiso, la que vio una sola 
vez en el puerto, la que le vendió un par de zapatos, la que desapareció en 
un zaguán antes de cruzarse con él. 
Después Salzman lloraba por las novias futuras que aun no habían 
llegado. Los hombres sabios no se burlaban del ruso pues comprendían 
que estaba poseído del más sagrado berretin cósmico: el hombre quería vivir todas las vidas y estaba condenado a transitar solamente por una. 

Que aprendan a soñar los que se contentan con sacar la lotería...


Alejandro Dolina

Compañeros de Ruta