Angelus

Quién me iba a decir que el destino era esto


Ver la lluvia a través de letras invertidas,
un paredón con manchas que parecen prohombres,
el techo de los ómnibus brillantes como peces
y esa melancolía que impregna las bocinas.


Aquí no hay cielo,
aquí no hay horizonte.


Hay una mesa grande para todos los brazos
y una silla que gira cuando quiero escaparme.
Otro día se acaba y el destino era esto.


Es raro que uno tenga tiempo de verse triste:
siempre suena una orden, un teléfono, un timbre,
y, claro, está prohibido llorar sobre los libros
porque no queda bien que la tinta se corra.


Mario Benedetti

Nocturno

Por una vez existe el cielo innecesario.
Nadie averigua acerca de mi corazón
ni de mi salud milagrosa y cordial,
porque es de noche, manantial de la noche,
viento de la noche, viento olvido,
porque es de noche entre silencio y uñas
y quedo desalmado como un reloj lento.

Húmeda oscuridad desgarradora,
oscuridad sin adivinaciones,
con solamente un grito que se quiebra a lo lejos,
y a lo lejos se cansa y me abandona.

Ella sabe qué palabras podrían decirse
cuando se extinguen todos los presagios
y el insomnio trae iras melancólicas
acerca del porvenir y otras angustias.

Pero no dice nada, no las suelta.
Entonces miro en lo oscuro llorando,
y me envuelvo otra vez en mi noche
como en una cortina pegajosa
que nadie nunca nadie nunca corre.

Por el aire invisible baja una luna dulce,
hasta el sueño por el aire invisible.
Estoy solo como con mi infancia de alertas,
con mis corrientes espejismos de Dios
y calles que me empujan inexplicablemente
hacia un remoto mar de miedos.

Estoy solo como una estatua destruida,
como un muelle sin olas, como una simple cosa
que no tuviera el hábito de la respiración
ni el deber del descanso ni otras muertes en cierne,
solo en la anegada cuenca del desamparo
junto a ausencias que nunca retroceden.
Naturalmente, ella
conoce qué palabras podrían decirse,

pero no dice nada,
pero no dice nada irremediable


Mario Benedetti

Poema XV

Me gustas cuando callas porque estás como ausente,
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.

Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía.

Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.

Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto


Pablo Neruda 

Ausencia

Habré de levantar la vasta vida
que aún ahora es tu espejo:
cada mañana habré de reconstruirla.
Desde que te alejaste,
cuántos lugares se han tornado vanos
y sin sentido, iguales
a luces en el día.

Tardes que fueron nicho de tu imagen,
músicas en que siempre me aguardabas,
palabras de aquel tiempo,
yo tendré que quebrarlas con mis manos.
¿En qué hondonada esconderé mi alma
para que no vea tu ausencia

que como un sol terrible, sin ocaso,
brilla definitiva y despiadada?

Tu ausencia me rodea
como la cuerda a la garganta,
el mar al que se hunde. 


Jorge Luis Borges

Lovers Go Home!

Ahora que empecé el dia
volviendo a tu mirada
y me encontraste bien
y te encontré más linda,
ahora que por fin
está bastante claro
dónde estás y dónde
estoy

por primera vez
que tendré fuerzas
para construir contigo

una amistad tan piola
que del vecino
territorio del amor,

ese desesperado,
empezarán a mirarnos
con envidia

y acabarán organizando
excursiones
para venir a preguntarnos
cómo hicimos.

Mario Benedetti

Mi Secreto.

¿Mi secreto? ¡Es tan triste! Estoy perdido
de amores por un ser desaparecido,
por un alma liberta,
que diez años fue mía, y que se ha ido...
¿Mi secreto? Te lo diré al oído:
¡Estoy enamorado de una muerta!

¿Comprendes -tú que buscas los visibles
transportes, las reales, las tangibles
caricias de la hembra
, que se plasma
a todos tus deseos invencibles-
ese imposible de los imposibles
de adorar a un fantasma?


¡Pues tal mi vida es y tal ha sido
y será!
Si por mí sólo ha latido
su noble corazón, hoy mudo y yerto,
¿he de mostrarme desagradecido
y olvidarla,
no más porque ha partido
y dejarla, no más porque se ha muerto?


Amado Nervo

Puedes Juntar Las Manos.

La gente dice:    
Polvo,
Sideral,
Funerario,
y se queda tranquila,
contenta,  
satisfecha.
Pero escucha ese grillo,
esa brizna de noche,             
de vida enloquecida.
Ahora es cuando canta
Ahora
y no mañana             
Precisamente ahora.
Aquí.
A nuestro lado...
como si no pudiera cantar en otra parte.  
¿Comprendes?
Yo tampoco.
Yo no comprendo nada.
No tan sólo tus manos son un puro milagro.             
Un traspiés,
un olvido,
y acaso fueras mosca,
lechuga,
cocodrilo.
Y después...
esa estrella.
No preguntes.
¡Misterio!             
El silencio.
Tu pelo.
Y el fervor,
la aquiescencia
del universo entero, 
 
para lograr tus poros,
esa ortiga,
esa piedra.

Puedes juntar las manos.
     
Amputarte las trenzas.

Yo daré mientras tanto tres vueltas de carnero.


Oliverio Girondo

En Horas de Insomnio.

Me voy de aquí, no quiero más oírme;
de mi voz toda voz suéname a eco,
ya falta así de confesor, si peco
se me escapa el poder arrepentirme.

No hallo fuera de mí en que me afirme
nada de humano y me resulto hueco;
si esta cárcel por otra al fin no trueco
en mi vacío acabaré de hundirme.
Oh triste soledad, la del engaño
de creerse en humana compañía
moviéndose entre espejos, ermitaño.

He ido muriendo hasta llegar al día
en que espejo de espejos soy, me extraño
a mí mismo y descubro, no vivía.


Miguel de Unamuno

Invitación al Vómito.

Cúbrete el rostro
y llora.
Vomita.
¡Sí!
Vomita,
largos trozos de vidrio,
amargos alfileres,
turbios gritos de espanto,
vocablos carcomidos;
sobre este purulento desborde de inocencia,
ante esta nauseabunda iniquidad sin cauce,
y esta castrada y fétida sumisión cultivada
en flatulentos caldos de terror y de ayuno.
Cúbrete el rostro
y llora...
pero no te contengas.
Vomita.
¡Si!
Vomita,

ante esta paranoica estupidez macabra,
sobre este delirante cretinismo estentóreo
y esta senil orgía de egoísmo prostático:
lacios coágulos de asco,
macerada impotencia,
rancios jugos de hastío,
trozos de amarga espera...
horas entrecortadas por relinchos de angustia. 


Oliverio Girondo

Lo Que Esperamos

Tardará, tardará.

Ya sé que todavía
los émbolos,
la usura,
el sudor,
las bobinas
seguirán produciendo,
al por mayor,
en serie,
iniquidad,
ayuno,
rencor,
desesperanza;
para que las lombrices con huecos portasenos,
las vacas de embajada,
los viejos paquidermos de esfínteres crinudos,
se sacien de adulterios,
de hastío,
de diamantes,
de caviar,
de remedios.

Ya sé que todavía pasarán muchos años
para que estos crustáceos
del asfalto
y la mugre
se limpien la cabeza,
se alejen de la envidia,
no idolatren la saña,
no adoren la impostura,
y abandonen su costra
de opresión,
de ceguera,
de mezquindad.
de bosta.

Pero, quizás, un día,
antes de que la tierra se canse de atraernos
y brindarnos su seno,
el cerebro les sirva para sentirse humanos,
ser hombres,
ser mujeres,
-no cajas de caudales,
ni perchas desoladas-,
someter a las ruedas,
impedir que nos maten,
comprobar que la vida se arranca y despedaza
los chalecos de fuerza de todos los sistemas;
y descubrir, de nuevo, que todas las riquezas
se encuentran en nosotros y no bajo la tierra.

Y entonces...
¡Ah!, ese día
abriremos los brazos
sin temer que el instinto nos muerda los garrones,
ni recelar de todo,
hasta de nuestra sombra;
y seremos capaces de acercarnos al pasto,
a la noche,
a los ríos,
sin rubor,
mansamente,
con las pupilas claras,
con las manos tranquilas;
y usaremos palabras sustanciosas,
auténticas;
no como esos vocablos erizados de inquina
que babean las hienas al instarnos al odio,
ni aquellos que se asfixian
en estrofas de almíbar
y fustigada clara de huevo corrompido;
sino palabras simples,
de arroyo,
de raíces,
que en vez de separarnos
nos acerquen un poco;
o mejor todavía
guardaremos silencio
para tomar el pulso a todo lo que existe
y vivir el milagro de cuanto nos rodea,
mientras alguien nos diga,
con una voz de roble,
lo que desde hace siglos
esperamos en vano.


Oliverio Girondo

a Ti.

¡Adiós, mujer, tú misma te engañaste,

tú me creíste amar y amor mentiste,
fue una ilusión hermosa que soñaste,
un fantasma de amor que concebiste!
Ya el fantasma voló que te engañaba
y el velo de tus ojos se arrancó,
mas un mortal entonces te adoraba.
          Y ese mortal soy yo.

Tú lo sabes, mujer, y el cielo sabe
que tu amor no fue amor, fue un desvarió,
un pensamiento que en la fe no cabe,
porque es, mujer, un pensamiento impío.
Que en tanto que frenético sentía
la lava que destroza el corazón,
la calma que tu frente adormecía
           turbaba mi pasión.

¡Oh, cuántas veces en tus mismos ojos
en vez de amores encontraba hielo!
¡Y cuántas veces me postré de hinojos
a demandarle compasión al cielo!
Pero en vano mis cantos revelaban
la fuerza de mi ardiente frenesí,
pues por más que mis lagrimas rodaban,
              ni aun conmoverte vi.

Que si acaso tus labios se entreabrieron
para jurarme un tiempo tú cariño,
juraron sin saber lo que mintieron
como nos jura en su ignorancia un niño.
Y yo ciego de amor me presumía
que era cierta, mujer, tu adoración,
y entonces se aumento la idolatría,
             perdióse mi razón.

Te amaba con furor cual no es posible
que otro mortal ninguno lo sintiera;
mi pecho era un volcán inextinguible,
mi corazón una gigante hoguera.
Y el mundo para mí ya no brillaba,
que el fuego que mis huesos penetro
era un fuego de amor que me cegaba,
            que nadie comprendió.

Era un mundo feliz con sus colores,
era una fuente que broto escogida
y tu, envidiosa por tocar sus flores
marchitaste el encanto de su vida.
Borróse el mundo, se secó la fuente,
pero las lavas aún ardiendo están,
porque no se destruyen de repente
      la hoguera y el volcán.

No se borran tan fácil las pasiones
que el corazón del bardo destrozaron;
solo se acaban, mujer, las ilusiones
pero no las creencias que dejaron.

Quédate el adiós, ya el rayo de la luna
penetra en la pupila amarillenta;
ya paso la ilusión de la fortuna
ahora queda el rumor de la tormenta.
Y sólo anhela el desengaño mío
que entre el clamor de funeral campana,
sientas latir tu corazón vacio
insensible al amor, y oscuro al frio
como el sepulcro adonde irás mañana.


Francisco Orgaz

Compañeros de Ruta