Zarité

La musica es un viento que se lleva los años, los recuerdos y el temor, ese animal agazapado que tengo adentro. Con los tambores desaparece la Zarité de todos los días, y vuelvo a ser la niña que danzaba cuando apenas sabía caminar. Golpeo el suelo con las plantas de los pies y la vida me sube por las piernas, me recorre el esqueleto, se apodera de mí, me quita la desazón y me endulza la memoria. El mundo se estremece. El ritmo nace en la isla bajo el mar, sacude la tierra, me atraviesa como un relámpago y se va al cielo llevándose mis pesares para que Papa Bondye los mastique, se los trague y me deje limpia y contenta.

[...]

"Baila, baila, Zarité, porque esclavo que baila es libre... mientras baila" me decía. Yo he bailado siempre.











Isabel Allende, La isla bajo el mar

Solo


Solo
como al aclarar está el lucero,
como el ojo pálido del cielo
va girando en la órbita lunar.


Solo
como el primer hombre de la tierra,
como el último lobo de Inglaterra,
como el viejo más viejo del lugar.


Solo
como uno va hilando sus ensueños,
como el monstruo que sobrevivió un milenio
y se esconde en una gruta bajo el mar.


Solo
como el que tiene la virtud del mago,
como el que conduce un pueblo hacia el estrago
mientras imagina la felicidad.


Solo
como el esclavo solo bajo el yugo,
como la conciencia del verdugo
o el único beso del traidor.


Solo
como un grandioso golpe de la suerte,
como cada uno frente a su propia muerte,
solo como un ángel exterminador.


Solo
como un dios que niegan sus criaturas,
como el que dio color a su locura
y pintó los cuervos y el trigal.


Solo
como está en su mundo cada muerto,
como la voz que calla en el desierto,
como el que dijo siempre la verdad


Solo
como el que logra ver todo muy claro,
solo como la atenta luz de un faro
o el último minuto del alcohol.


Solo
como este mismo instante que se pierde,
como el único que ha visto el rayo verde
cuando se cayó el último sol.


Solo
como el que desentraña algún presagio,
como el único vivo del naufragio,
como todo el que pierde la razón.


Solo
como el que se extravió sin darse cuenta,
como un ave ciega en la tormenta,
así estoy en le mundo sin tu amor.


Solo
como si fuese un animal eterno
clavado en la puerta del infierno,

así estoy en el mundo sin tu amor



Jorge Fandermole

Rostro De Vos


Tengo una soledad
tan concurrida
tan llena de nostalgias
y de rostros de vos
de adioses hace tiempo
y besos bienvenidos
de primeras de cambio
y de último vagón.

Tengo una soledad
tan concurrida

que puedo organizarla
como una procesión
por colores
tamaños
y promesas
por época
por tacto y por sabor.

sin un temblor de más,
me abrazo a tus ausencias
que asisten y me asisten
con mi rostro de vos.

Estoy lleno de sombras
de noches y deseos
de risas y de alguna maldición

Mis huéspedes concurren,
concurren como sueños
con sus rencores nuevos
su falta de candor.
yo les pongo una escoba
tras la puerta
porque quiero estar solo
con mi rostro de vos.

Pero el rostro de vos
mira a otra parte
con sus ojos de amor
que ya no aman

como víveres
que buscan a su hambre
miran y miran
y apagan mi jornada.

Las paredes se van
queda la noche
las nostalgias se van,
no queda nada.

Ya mi rostro de vos
cierra los ojos.
Y es una soledad
tan desolada.


Mario Benedetti 

Instrucciones Para Dar Cuerda Al Reloj


Piensa en esto: cuando te regalan un reloj te regalan un pequeño infierno florido, una cadena de rosas, un calabozo de aire. No te dan solamente el reloj, que los cumplas muy felices y esperamos que te dure porque es de buena marca, suizo con áncora de rubíes; no te regalan solamente ese menudo picapedrero que te atarás a la muñeca y pasearás contigo. Te regalan -no lo saben, lo terrible es que no lo saben-, te regalan un nuevo pedazo frágil y precario de ti mismo, algo que es tuyo pero no es tu cuerpo, que hay que atar a tu cuerpo con su correa como un bracito desesperado colgándose de tu muñeca. Te regalan la necesidad de darle cuerda todos los días, la obligación de darle cuerda para que siga siendo un reloj; te regalan la obsesión de atender a la hora exacta en las vitrinas de las joyerías, en el anuncio por la radio, en el servicio telefónico. Te regalan el miedo de perderlo, de que te lo roben, de que se te caiga al suelo y se rompa. Te regalan su marca, y la seguridad de que es una marca mejor que las otras, te regalan la tendencia de comparar tu reloj con los demás relojes. No te regalan un reloj, tú eres el regalado, a ti te ofrecen para el cumpleaños del reloj.

Allá al fondo está la muerte, pero no tenga miedo. Sujete el reloj con una mano, tome con dos dedos la llave de la cuerda, remóntela suavemente. Ahora se abre otro plazo, los árboles despliegan sus hojas, las barcas corren regatas, el tiempo como un abanico se va llenando de sí mismo y de él brotan el aire, las brisas de la tierra, la sombra de una mujer, el perfume del pan.
¿Qué más quiere, qué más quiere? Átelo pronto a su muñeca, déjelo latir en libertad, imítelo anhelante. El miedo herrumbra las áncoras, cada cosa que pudo alcanzarse y fue olvidada va corroyendo las venas del reloj, gangrenando la fría sangre de sus rubíes. Y allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos que ya no importa. 


Julio Cortázar

De Ratones y Hombres (Capitulo 5)


-Tal vez -continuó suavemente Crooks-, tal vez comprenda ahora. Usted tiene a George. Sabe que va a volver. Pero suponga que no tuviera a nadie. Suponga que no pudiera ir al cuarto de los peones a jugar a las cartas por ser negro. ¿Le gustaría? Suponga que tuviera que sentarse aquí y leer, y leer. Claro que podría jugar a las herraduras hasta el anochecer, pero después tendría que leer. Los libros no sirven. Un hombre necesita a alguien, alguien que esté cerca. Uno se vuelve loco si no tiene a nadie. No importa quién es el otro, con tal de que esté con uno. Le digo -gritó-, le digo que uno se ve tan solo que se pone enfermo.
-George va a volver -se tranquilizó Lennie con voz asustada—. Tal vez haya vuelto ya. Tal vez debería ir a ver.
-No quise asustarle -afirmó Crooks-. George va a volver. Yo hablaba por mí, solamente. Uno se sienta aquí, solo, toda la noche, leyendo unos libros, o pensando, o haciendo cualquier otra cosa. A veces se pone uno a pensar, y no tiene a nadie que le diga sí o no. Quizás, si ve algo, no sabe si está bien o mal. No puede preguntar a nadie si también ha visto lo mismo. No puede hablar. No tiene con qué comparar. Yo he visto muchas cosas aquí. Y no estaba borracho. No sé si estaba dormido. Si hubiera habido un hombre conmigo, podría decirme si estaba dormido, y todo estaría bien. Pero no lo sé.
Crooks miraba a través del cuarto, ahora, hacia la ventana.




Jonh Steinbeck

Compañeros de Ruta