a Ti.

¡Adiós, mujer, tú misma te engañaste,

tú me creíste amar y amor mentiste,
fue una ilusión hermosa que soñaste,
un fantasma de amor que concebiste!
Ya el fantasma voló que te engañaba
y el velo de tus ojos se arrancó,
mas un mortal entonces te adoraba.
          Y ese mortal soy yo.

Tú lo sabes, mujer, y el cielo sabe
que tu amor no fue amor, fue un desvarió,
un pensamiento que en la fe no cabe,
porque es, mujer, un pensamiento impío.
Que en tanto que frenético sentía
la lava que destroza el corazón,
la calma que tu frente adormecía
           turbaba mi pasión.

¡Oh, cuántas veces en tus mismos ojos
en vez de amores encontraba hielo!
¡Y cuántas veces me postré de hinojos
a demandarle compasión al cielo!
Pero en vano mis cantos revelaban
la fuerza de mi ardiente frenesí,
pues por más que mis lagrimas rodaban,
              ni aun conmoverte vi.

Que si acaso tus labios se entreabrieron
para jurarme un tiempo tú cariño,
juraron sin saber lo que mintieron
como nos jura en su ignorancia un niño.
Y yo ciego de amor me presumía
que era cierta, mujer, tu adoración,
y entonces se aumento la idolatría,
             perdióse mi razón.

Te amaba con furor cual no es posible
que otro mortal ninguno lo sintiera;
mi pecho era un volcán inextinguible,
mi corazón una gigante hoguera.
Y el mundo para mí ya no brillaba,
que el fuego que mis huesos penetro
era un fuego de amor que me cegaba,
            que nadie comprendió.

Era un mundo feliz con sus colores,
era una fuente que broto escogida
y tu, envidiosa por tocar sus flores
marchitaste el encanto de su vida.
Borróse el mundo, se secó la fuente,
pero las lavas aún ardiendo están,
porque no se destruyen de repente
      la hoguera y el volcán.

No se borran tan fácil las pasiones
que el corazón del bardo destrozaron;
solo se acaban, mujer, las ilusiones
pero no las creencias que dejaron.

Quédate el adiós, ya el rayo de la luna
penetra en la pupila amarillenta;
ya paso la ilusión de la fortuna
ahora queda el rumor de la tormenta.
Y sólo anhela el desengaño mío
que entre el clamor de funeral campana,
sientas latir tu corazón vacio
insensible al amor, y oscuro al frio
como el sepulcro adonde irás mañana.


Francisco Orgaz

Compañeros de Ruta