Asunción de Ti. (partes 2 y 3)



Hemos llegado al crepúsculo neutro
donde el día y la noche se funden y se igualan.
Nadie podrá olvidar este descanso.
Pasa sobre mis párpados el cielo fácil
a dejarme los ojos vacíos de ciudad.
No pienses ahora en el tiempo de agujas,
en el tiempo de pobres desesperaciones.
Ahora sólo existe el anhelo desnudo,
el sol que se desprende de sus nubes de llanto,
tu rostro que se interna noche adentro
hasta sólo ser voz y rumor de sonrisa.

3

Puedes querer el alba
cuando ames.

Puedes
venir a reclamarte como eras.
He conservado intacto tu paisaje.
Lo dejaré en tus manos
cuando éstas lleguen, como siempre,
anunciándote.
Puedes
venir a reclamarte como eras.
Aunque ya no seas tú.
Aunque mi voz te espere
sola en su azar
quemando
y tu dueño sea eso y mucho más.
Puedes amar el alba
cuando quieras.
Mi soledad ha aprendido a ostentarte.
Esta noche, otra noche
tú estarás
y volverá a gemir el tiempo giratorio
y los labios dirán
esta paz ahora esta paz ahora.
Ahora puedes venir a reclamarte,
penetrar en tus sábanas de alegre angustia,
reconocer tu tibio corazón sin excusas,
los cuadros persuadidos,
saberte aquí.
Habrá para vivir cualquier huida
y el momento de la espuma y el sol
que aquí permanecieron.
Habrá para aprender otra piedad
y el momento del sueño y el amor
que aquí permanecieron.
Esta noche, otra noche
tú estarás,

tibia estarás al alcance de mis ojos,
lejos ya de la ausencia que no nos pertenece.
He conservado intacto tu paisaje
pero no sé hasta dónde está intacto sin ti,
sin que tú le prometas horizontes de niebla,
sin que tú le reclames su ventana de arena.
Puedes querer el alba cuando ames.
Debes venir a reclamarte como eras.
Aunque ya no seas tú,
aunque contigo traigas
dolor y otros milagros.
Aunque seas otro rostro
de tu cielo hacia mí.



Mario Benedetti.

Setenta Balcones y Ninguna Flor.

Setenta balcones hay en esta casa,
setenta balcones y ninguna flor.
¿A sus habitantes, Señor, qué les pasa?
¿Odian el perfume, odian el color?

La piedra desnuda de tristeza agobia,
¡Dan una tristeza los negros balcones!
¿No hay en esta casa una niña novia?
¿No hay algún poeta bobo de ilusiones?

¿Ninguno desea ver tras los cristales
una diminuta copia de jardín?
¿En la piedra blanca trepar los rosales,
en los hierros negros abrirse un jazmín?

Si no aman las plantas no amarán el ave,
no sabrán de música, de rimas, de amor.
Nunca se oirá un beso, jamás se oirá una clave...

¡Setenta balcones y ninguna flor!


Baldomero Fernández Moreno.

Anuncio Antipublicitario.

Del mismo modo que, al hablar de la muerte, algunos dicen que no es desaparecer o irse, sino cambiar de lugar, creo que eso es lo qué sucedio.
Todo lo que cumplió su ciclo, cambió de lugar, ni de sustancia, ni de forma, solo de espacio físico.
(Sí es qué al hablar de un "blog" hablamos de un espacio físico)
Por lo que, separando la cizaña del trigo, a partir de ahora, cual si hubiese un conjuro magico, nada personal figurará acá.


por el poder de tres veces tres.

¿Quién Es John Galt?


- Y, ¿Qué me dice de John Galt? - pregunto Dagny.
- ¡Ah! - exclamó él, recordando - ¡Oh, si!...
- Iba a explicarme por qué la gente habia empezado a formularse esa pregunta.
- Si...
Miraba hacia la distancia como si contemplara algo que, luego de estudiar durante años, siguiera invariable y sin solucionar. En su cara se pintaba una extraña expresión de terror.
- Pensaba contarme a qué John Galt se referían... si es que alguna vez existió.
- Espero que no, señora. Quiero decir, confio en que se trate sólo de una coincidencia, tan sólo de una frase sin significado.
- Recuerda usted algo, ¿verdad? ¿De que se trata?
- Fue algo... algo sucedido en la primera reunión en la planta de Twentieth Century. Tal vez se trata del comienzo, o tal vez no, no lo sé... Aquella reunión se celebró en una noche de primavera, hace doce años. Seis mil de nostros nos aglomerábamos en unas gradas que se elevaban hasta casi el techo del galpón mas grande de la fabrica. Acabábamos de votar por el nuevo plan y estábamos muy exaltados, hacíamos mucho ruido, vitoreando el triunfo del pueblo, amenazando a los desconocidos enemigos y ansiosos de lucha, igual que matones con la conciencia intranquila.
Estábamos iluminados por potentes luces blancas, nos sentíamos llenos de energia y poder, aunque nos veiamos como una muchedumbre de feo aspecto, realmente peligrosa. Gerald Starnes, que presidía la reunión, no dejaba de golpear la mesa con su martillo, pidiendo silencio. Nos tranquilizamos un poco, pero no mucho, y podían observarse los movimientos de la gente como una marea, como agua agitada en un recipiente. "¡Este es un momento crucial en la historia de la Humanidad!" - grito Gerald Starnes dominando el barullo - "Recuerden que a partir de ahora ninguno de nosotros puede abandonar esta fabrica, porque todos nos pertenecemos mutuamente, segun la ley moral que acabamos de aceptar."
"¡Yo no lo acepto!"  - exclamó un hombre poniéndose de pie. Era uno de nuestros mas jovenes ingenieros y nadie lo conocía demasiado, porque casi siempre se había mantenido encerrado en si mismo. Cuando habló, nos quedamos petrificados. Nos asombró el modo en que mantenia erguida la cabeza. Era alto y delgado, y recuerdo haber pensado que cualquiera de nosotros le habría podido retorcer el pescuezo sin dificultad. Pero, no obstante, teniamos miedo.
Estaba de pie, como quien está convencido de su derecho. "Voy a poner fin a todo esto, de una vez y para siempre", dijo. Su voz sonaba clara, y sin ningún tipo de sentimiento. Fue todo lo que manifestó y se dirigió a la saludad, bajo la blanca claridad, sin apresurarse y sin fijarse en nadie. Ninguno se atrevió a detenerlo. Gerald Starnes gritó de repente: "¿Como ha dicho?". El joven se volvió y contestó: "Detendré el motor del mundo". Entonces se fue y nunca mas lo volvimos a ver, ni hemos sabido de él. Pero añor mas tarde, cuando notamos como se iban apagando las luces, unas tras otras, en las grandes fabricas que durante generaciones se habian mantenido sólidas como montañas, cuando vimos cerrarse las puertas y detenerse las cintas transportadoras, cuando las rutas fueron quedando vacias y cesó la corriente de vehiculos, cuando empezó a parecer como si una silenciosa fuerza inmovilizará los generadores que mueven al mundo, y éste se fuera desplomando en silencio, como un cuerpo privado de espíritu... empezamos a reflexionar y a formularnos preguntas acerca de aquel joven. Nos preguntabamos unos a otros acerca de lo que habiamos oido decir. Empezamos a pensar que había mantenido su palabra y que él, que habia visto y conocido la verdad que nos negabamos a reconocer, era la retribución sobre nuestras cabezas, el vengador, el hombre que imponía la justicia que nosotros estabamos desafiando.
Empezamos a pensar que aquel hombre nos habia maldecido, que su veredicto se cumpliría y que jamás lograriamos escapar de él. Todo aquello resultaba todavia mas horrible porque no nos perseguia, sino que eramos nosotros quienes de pronto lo estabamos buscando, luego que desapareció sin dejar rastro. No lo encontramos en ningún lugar. ¿Gracias a que imposible fuerza habia podido realizar su predicción? Tampoco habia respuesta para esto. Nos acordabamos de él cada vez que presenciabamos un nuevo colapso que nadie podia explicar, cuando recibiamos un nuevo golpe, cuando perdiamos otra esperanza, cada vez que nos veiamos atrapados en esta niebla gris y mortecina que ha descendido sobre el mundo. Quizá algunos, al oirnos gemir formulandonos semejante pregunta, no supieran a que nos referiamos, pero lo que no ignoraban eran los sentimientos que nos obligaban a ella. Tambien ellos sabian que algo acababa de desaparecer del mundo. Tal vez por eso, empezaron a pronunciar la frase cuando veian venirse abajo sus esperanzas. Me gusta pensar que pude equivocarme, que aquellas palabras no significaban nada, que no existe inteción conciente ni afán vengador tras el final de la raza humana que estamos presenciando, pero cuando les oigo repetir la frase tengo miedo. Y me acuerdo del hombre que anunció que detendria el motor del mundo. Porque ese hombre se llamaba John Galt.



Ayn Rand. (Fragmento de "La Rebelión de Atlas")

¡Todo Era Amor!

¡Todo era amor... amor!
No había nada más que amor.
En todas partes se encontraba amor.
No se podía hablar más que de amor.
Amor pasado por agua, a la vainilla,
amor al portador, amor a plazos.
Amor analizable, analizado.
Amor ultramarino.
Amor ecuestre.
Amor de cartón piedra, amor con leche...
lleno de prevenciones, de preventivos;
lleno de cortocircuitos, de cortapisas.
Amor con una gran M,
con una M mayúscula,
chorreado de merengue,
cubierto de flores blancas...
Amor espermatozoico, esperantista.
Amor desinfectado, amor untuoso...
Amor con sus accesorios, con sus repuestos;
con sus faltas de puntualidad, de ortografía;
con sus interrupciones cardíacas y telefónicas.
Amor que incendia el corazón de los orangutanes,
de los bomberos.
Amor que exalta el canto de las ranas bajo las ramas,
que arranca los botones de los botines,
que se alimenta de encelo y de ensalada.
Amor impostergable y amor impuesto.
Amor incandescente y amor incauto.
Amor indeformable. Amor desnudo.
Amor-amor que es, simplemente, amor.
Amor y amor... ¡y nada más que amor!

 
 
Oliverio Girondo.

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